Los seres humanos, tristemente, somos la especie depredadora del planeta y sus recursos. Si no cambiamos, nos autodestruiremos.
No tenemos la certeza, pero casi todos los seres humanos pensamos que no estamos solos en el universo. Si bien no se ha encontrado vida en los planetas a los que hemos llegado, hay una cantidad de evidencias que van más allá de las películas de ciencia ficción y nos indican que hay vida en alguno de ellos. Una creencia no comprobada que significa una gran ironía. ¿Por qué?
Porque en nuestro planeta nos comportamos como si no hubiera más especies o, quizás, como si un día pudiéramos empacar la maleta e irnos para Júpiter, Saturno o la Luna. Y no es así, no por ahora. La realidad, la triste realidad, es que abusamos de los recursos, los desperdiciamos como si fueran ilimitados, sin pensar en su importancia y en cómo ese hábito nos impacta a todos.
Irónico, así mismo, que a todos los seres humanos que hemos tenido el privilegio de estudiar nos enseñan en la escuela primaria, en el primero o segundo cursos, qué es la ecología. Es decir, todos, absolutamente todos, sabemos en qué consiste y cuál es su importancia para la vida, la del planeta y la de las especies que lo habitamos. Sin embargo, los seres humanos somos ‘antiecológicos’.
Y muchos, así mismo, olvidamos lo que aprendemos en la niñez. Entonces, vamos con un recorderis: la ecología es una rama de la biología que estudia las relaciones entre los seres vivos y su entorno, así como con otros ecosistemas. Entre sus aplicaciones más relevantes están la conservación y el ambientalismo, así como el manejo de recursos urbanos, entre otras.
Etimológicamente, ecología proviene de los vocablos griegos oikos (casa, hogar) y logos (palabra, estudio), lo que nos lleva a definirla como el estudio de los hogares. Si bien es imposible establecer un único punto de partida, se concibe que la primera definición de ecología la brindó el biólogo y naturalista alemán Ernst Haeckel: “el conjunto de relaciones entre un organismo y su ambiente”.
Haeckel, en palabras sencillas, se refería al estudio de las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medioambiente, un sentido que no ha cambiado con el tiempo, pero del que hacemos caso omiso. Y no solo eso: hay una nutrida comunidad de científicos que afirma que este impacto negativo del ser humano en los diferentes ecosistemas del planeta data de hace 5000 años.
Sí, de cuando actividades como la ganadería y la agricultura, que dependen de lo que nos brinda la tierra, se convirtieron en labores prioritarias para el ser humano. Hoy, producto del cambio climático y otras problemáticas que no podemos obviar, la ecología ha adquirido una relevancia global, pues son innegables las consecuencias del impacto del ser humano en el medioambiente.
¿Por ejemplo? La creciente explotación indiscriminada de los recursos naturales y la degradación de los ecosistemas enfrenta a la ecología a los siguientes retos: la desertización, el aumento de la temperatura, la erosión de los terrenos, la destrucción de la biodiversidad, la crisis mundial de los recursos hídricos y la contaminación del aire, del suelo y del agua. Un menú apocalíptico.
Como otros temas relacionados con el cuidado del planeta y el medioambiente, la ecología se convirtió en los últimos años en una tendencia. Sí, una corriente que saltó del ámbito académico y científico a las calles y derivó en un movimiento político conocido como ambientalismo. Que ha servido para visibilizar el problema de fondo, atraer la atención de los medios, pero es insuficiente.
¿Por qué? Porque más que manifestaciones de protesta, más que titulares de revistas y periódicos, más que documentales de organizaciones no gubernamentales, lo que se necesita realmente es que el ser humano tome conciencia de sus actos y, sobre todo, de las consecuencias de estos. Es decir, del impacto negativo que sus hábitos y desmanes provocan en otras especies y su entorno.
Se trata, en esencia, de convertir la ecología en un asunto prioritario no solo de la educación, sino de la rutina diaria. Porque, quizás coincides con nosotros, de nada sirve que cada primero de noviembre se celebre el Día Mundial de la Ecología, pero los restantes 364 días del año nos dedicamos a explotar indiscriminadamente, a dilapidar los recursos, a dañar el medioambiente.
La clave radica en entender que cada ser humano, con sencillas, pero efectivas y continuadas acciones, está en capacidad de contribuir con el cuidado del planeta, de los recursos y de su entorno. Acciones que, valga decirlo, no requieren mayor esfuerzo y deben realizarse tanto en casa como fuera de ella, en ámbitos como el trabajo o la práctica de deportes al aire libre.
Estas son algunas opciones:
1.- Apaga y desconecta. No solo es un hábito amigable con el planeta, con tu entorno, sino que también es un alivio para tu economía. El 30 % de consumo de energía en la casa corresponde a la iluminación: apaga la que no necesites. Y elimina (o al menos reduce) el consumo fantasma, aquel gasto de energía provocado por electrodomésticos o aparatos que permanecen en stand-by.
2.- Usa bolsas ecológicas. El abuso de las bolsas plásticas de un solo uso es uno de los factores de contaminación más graves. Y, lo peor, es que puede evitarse. ¿Sabías que la vida útil de una bolsa plástica es de solo 12 minutos? En cambio, se demora décadas (sí, décadas) para degradarse. Usa bolsas biodegradables o de tela y llévalas contigo cuando vayas a la tienda o al supermercado.
3.- Raciona el agua. Entiende, de una vez por todas, que el agua NO es un recurso ilimitado, no el agua apta para el consumo humano. Reduce el tiempo de la ducha, no descargues la cisterna del baño con tanta frecuencia, recolecta agua lluvia y, por favor, cierra el grifo. El desperdicio del agua es uno de los hábitos más arraigados en los hogares, así que eliminarlo debe ser una prioridad.
4.- Almacena el aceite de cocina. No lo deseches por el sifón del fregadero porque de esta manera llegará a fuentes hídricas y las contaminará. Por si no lo sabías, un litro de aceite contamina hasta mil litros de agua. ¿Captas la dimensión del daño? Guárdalo en un recipiente seguro y después lo entregas a las autoridades o empresas especializadas para que lo gestionen del modo adecuado.
5.- Recicla. Es cierto que son muchos los hogares que ya adquirieron este hábito, pero también son muchos más los que hacen falta por implementarlo. Hay elementos como las cáscaras de huevo, de las frutas o de los vegetales, así como desechos del café, que puedes utilizar en tu jardín como abono. Separar los residuos según su material contribuirá a procesarlos de la manera conveniente.
6.- Prioriza los materiales reutilizables. No solo los plásticos, sino las servilletas y otros objetos de uso común en los hogares pueden sustituirse por otros que se pueden utilizar por largo tiempo. En la práctica, los seres humanos deberíamos eliminar todos aquellos elementos de un solo uso que puedan ser reemplazados por otros. Y, antes de desecharlos, mira a ver si le sirven a alguien.
7.- Consume productos locales. Uno de los factores que elevan el costo de los productos que consumimos, en especial de la comida, es el costo del transporte. En la medida de lo posible, busca y adquiere productos locales de tu ciudad o de tu barrio, porque así no solo ahorras dinero, sino que también ayudas a eliminar la contaminación generada por el transporte pesado de carga.
8.- Reduce el uso del automóvil. Sí, ya sabemos que en nuestras caóticas y congestionadas, además de inseguras, ciudades no es fácil o cómodo. Sin embargo, siempre que sea posible ve caminando al supermercado o movilízate en bicicleta o algún medio eléctrico. La dependencia del automóvil es uno de los más graves problemas de la sociedad moderna, y hay que acabarla.
9.- La luz, no olvides la luz. Primero, cambiar los focos antiguos, de alto consumo, por bombillas de bajo consumo que se calientan menos y, por ende, consumen menos. Y quizás sabes que no solo alumbran mejor, sino que también duran más, lo que redunda en una reducción de la tarifa y un ahorro de dinero. Así mismo, procura aprovechar al máximo la luz natural: ¡sube las persianas!
10.- Planta un árbol. Quizás no tengas cómo hacerlo en tu casa porque no dispones del espacio necesario, pero eso no es impedimento para hacerlo en un parque o en un bosque cercano. Si no sabes cómo hacerlo (a veces se requiere permiso de las autoridades), aporta a una fundación que realice la tarea. Los árboles, recuerda, producen oxígeno y reducen la contaminación.
Otra acción efectiva, que cada día toma más fuerza, es aquella de preferir las marcas y negocios que, en realidad, ejecuten acciones que contribuyan a evitar cualquier tipo de contaminación y/o impulsen hábitos amigables con el planeta y el medioambiente. Así mismo, adquiere el hábito de no comprar productos que en su proceso de fabricación utilicen derivados del petróleo.
En IOCA Group, por el bien del planeta, las especies que lo habitamos y del medioambiente solo nos asociamos con marcas ecológicas, en el sentido íntegro de la palabra. Es decir, que más que un discurso llamativo y pegajoso ejecuten acciones efectivas y promocionen programas destinados a educar o inspirar a otros. Bevu®, Bentgo, Zens y Skullcandy son modelos dignos de imitar.
No sabemos con certeza si hay vida en otros planetas, así que más nos vale cuidar este que nos acogió. Además, debemos entender que no estamos solos aquí, que no somos dueños de este paraíso: estamos de paso y la tarea que nos fue encomendada fue la de cuidar los unos de los otros, y eso implica no solo a los seres humanos, sino a otras especies y, por supuesto, los recursos.