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Conectar con la naturaleza y su sabiduría, una decisión que salvará tu vida

La mayoría de los males y circunstancias que nos agobian se originan en el divorcio con nuestra esencia, con la naturaleza.

Trabajamos para sobrevivir, pero a veces el precio que pagamos es demasiado alto. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que cuando nos damos cuenta de eso, quizás ya es tarde. Es decir, tu salud se deterioró, tus relaciones (de cualquier índole) son un caos, tu economía muestra saldo en rojo y ese ideal de felicidad por el que tanto luchaste está más lejos que nunca, imposible de alcanzar.

La vida moderna es maravillosa de muchas formas. Tenemos acceso a lujos, a beneficios que para las generaciones anteriores fueron ciencia ficción. En el mejor de los casos, debían conformarse con imaginarlos y disfrutarlos a través de la televisión o el cine. Vivirlas era un privilegio reservado para unos pocos, los adinerados. Hoy, en cambio, lo bueno de la vida está al alcance de cualquiera.

Contamos con poderosas herramientas tecnológicas que nos facilitan la vida, que nos permiten ser más productivos en menos tiempo. Y que, algo muy importante, reducen el margen de error (y el costo de los errores) a los que el ser humano es propenso. Herramientas que, por fortuna, no solo se limitan al ámbito laboral, sino que están presentes en todas y cada una de las actividades de la vida.

Sin embargo, y a diferencia del mundo en el que vivieron los generaciones anteriores, la rutina se ha convertido en una pesada carga. El estrés, el ruido, las diferentes formas de contaminación, enfermedades letales, pandemias y otros males nos arrebatan la felicidad. Y no solo eso: miles de millones de personas del planeta sufren la vida, como si fueran almas errantes, sin un propósito.

La rutina nos agobia

Una rutina que nos agobia, que nos mantiene presionados, que no nos da respiro. Nos consume las energías, nos distrae e impide que podamos disfrutar lo bueno de la vida, del día a día. Lo irónico, lo triste, es que gozamos de comodidades que hace unos cuantos años eran privilegio de las películas de ciencia ficción y hoy son juguetes que tenemos en casa, en el trabajo, en el ocio.

El problema es que, en vez de proporcionarnos la felicidad que nos prometieron, aquel estado de plenitud que deseábamos, el resultado fue lo contrario. Es decir, este estilo de vida con comodidad y tecnología de punta no nos condujo al bienestar soñado, sino a un escenario distinto por completo. Uno en el que reinan la ansiedad, las preocupaciones y, lo peor, hipotecamos la salud.

Y algo más: ponemos en riesgo el futuro del planeta, que nos lo da todo. La realidad es que, nos demos cuenta o no, estamos desconectados del planeta, de la naturaleza; estamos reñidos con el ambiente que nos rodea, peleados con el entorno maravilloso que nos rodea. Una situación que ha quedado reflejada en los últimos acontecimientos vividos, que fueron sorpresivos y dolorosos.

Después de esos sucesos, de ver cómo el planeta y la naturaleza nos envían más y nuevas señales de alerta invitándonos a cambiar los hábitos, a desaprender los destructivos y desarrollar otros que sean constructivos, es poco o nada lo que se avanza. ¿La razón? Estamos sentados a la espera de que otro (el gobierno) tome las decisiones pertinentes, de que otro (el vecino) dé el primer paso…

Necesitamos cambiar

Necesitamos cambiar tanto la forma de pensar como la de actuar porque no estamos muy lejos de un punto de no retorno. Necesitamos, sobre todo, dejar de creernos el centro del universo y, más bien, con humildad, entender que somos, simplemente, una pieza más del rompecabezas. Somos parte del planeta y tenemos privilegios y derechos, pero también, una gran responsabilidad.

El planeta no se muere, lo estamos acabando. Las especies no se extinguen, las estamos matando. Los recursos no se agotan, los estamos desperdiciando. Las tragedias naturales (inundaciones, terremotos, incendios, sequías y demás) no estaban escritas ni son travesuras de un macabro ser supremo: son la consecuencia de nuestros actos y malos hábitos y, lo peor, de nuestra indolencia.

Es hora de dejar de mirar para otro lado, de culpar a los demás y de asumir la responsabilidad que nos corresponde a cada uno. Cuantas más sean las personas que de manera individual cambien el rumbo transitado hasta ahora, la posibilidad de generar un cambio significativo es real. Recuerda que la sumatoria de los pequeños esfuerzos es la madre de las grandes transformaciones.

La pregunta que quizás te haces en este momento es “¿qué puedo hacer yo?”. Lo primero es aceptar que, hasta hoy, hasta el momento en que cambies tu forma de pensar, tu comportamiento y tus hábitos, así como tu relación con el planeta y la naturaleza, eres parte integral del problema. Bien sea por acción o por omisión (o la combinación de estos factores), eres parte del problema

Luego, entonces, es el momento de preguntarte si quieres ser parte de la solución. ¿Quieres? Por ti, por tu entorno, por tus hijos, por los que se quedarán en el planeta el día que tú no estés, ¿quieres se parte de la solución? Cambiar de bando, del problema a la solución, quizás redunde en que te ganarás algunos enemigos gratuitos, perderás popularidad y hasta te mirarán raro.

¿Qué puedes hacer?

La clave, ¿sabes cuál es la clave? Conectar con la naturaleza, entender y aceptar de buena gana que ella es el origen de todo (de la vida) y que sin ella, divorciados de ella, estamos condenados a desaparecer. Una reconexión que significa, fundamentalmente, priorizar lo espiritual sobre lo material, lo natural sobre lo artificial y, de manera especial, lo colectivo sobre lo individual.

Porque, créelo, nadie se salva solo. Todos los seres humanos necesitamos de otro (los padres) para llegar a este mundo y mientras permanezcamos en él necesitamos de los demás. Pero no solo de otros seres humanos, sino de las demás especies, de la naturaleza y los recursos que ella nos da. Nuestro deber es aprender a respetarla, a cuidarla; respetar y cuidar de los recursos y especies.

Piénsalo: dado que esta es la única vida que vamos a vivir, ¿por qué malgastarla en derrochar en lo material, en algo que no nos llevaremos? ¿Por qué desperdiciar este privilegio por el egoísmo de creernos una raza superior y provocarles daño a las demás? ¿Qué sentido tiene vivir agobiados por las expectativas, por las exigencias, por las obligaciones, cuando nuestra misión es disfrutar?

¿Cómo reconectar con la naturaleza?

1.- Cambia tus hábitos. Identifica cuáles son esas acciones que realizas a menudo y que no solo te conducen por el camino de la ansiedad, la frustración y la desesperanza, sino que además se traducen en un año del planeta y sus recursos. Aléjate de las personas y ambientes que motivan los malos hábitos actuales, tus pensamientos negativos, y de todo aquello que sea tóxico.

2.- Relájate y disfruta. La vida es una aventura y, como tal, de lo que se trata es de disfrutarla. Que no significa de ninguna manera vivir de fiesta, sino de vivir con intensidad cada momento, cada experiencia. También, de valorar y agradecer lo que la vida te da, así sea menos de lo que esperas, y compartir no solo con tu entorno, sino también con aquellos que son menos favorecidos.

3.- Limpia tu mente. Creencias y pensamientos son los que determinan la forma en que actuamos, de ahí que sea necesario evaluarlos y, si es el caso, revaluarlos para vivir mejor. Libérate de la mochila de las expectativas de otros, del “tengo que ser” y del “tengo que tener”. Sigue lo que te manda el corazón, un interior, tu intuición, y desoye lo que dicen, lo que te imponen los demás.

4.- Disfruta el planeta. Hazlo de tantas formas como te sea posible: escala montañas, navega por ríos y mares, corre en la playa, come los frutos que la tierra nos ofrece, aprecia el valor del silencio y de la soledad elegida. Elimina el ruido exterior, conecta con tu interior y comparte más con el entorno, con las demás especies. Valora y agradece el sol y la lluvia, el día y la noche.

5.- Comparte. Todo, absolutamente todo lo que la vida te ha dado (dones y talentos, vivencias, conocimiento, recursos, herramientas) carece de valor si asumes la actitud egoísta de creer que es una propiedad tuya. Todo esto te fue entregado para que lo administres y lo compartas con los que más lo necesitan, de tal manera que se cree un círculo virtuoso y regrese a ti multiplicado.

El ruido, tanto el exterior como el interior, nos impide conectar con nuestra esencia, la interior (el propósito de vida) y la exterior (la naturaleza). Respira profundo, acalla las voces de la histeria colectiva, piensa en función del bienestar que puedes provocar con tus acciones y no olvides que los seres humanos somos una minúscula parte de este maravilloso planeta que nos acogió.

Despertar, respirar aire puro, escuchar el canto de los pájaros o la lluvia, sentir la energía del sol, tener la oportunidad de elegir qué comer, tener un lecho para descansar y un techo que te protege son bendiciones impagables, invaluables. Sin embargo, no son infinitos, hay que conservarlos, hay que cuidarlos. Reconecta con la naturaleza, toma una sabia decisión que salve tu vida.

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