Según el Banco Mundial, en 2022 las remesas alcanzaron los 143 millones de dólares, un 150 por ciento más que en 2010.
El envío de remesas por parte de los migrantes latinoamericanos a familiares en sus países de origen es, según algunos expertos, tanto una bendición como una condena. Es decir, son necesarias, pero lo que ocultan es preocupante. ¿Motor de las economías o circunstanciales salvavidas? ¿Espejismo de un progreso que es como la espuma de la cerveza que crece rápido y luego se diluye?
Este es un fenómeno que tomó alto vuelo en los últimos tiempo, durante los cuales se incrementó la cantidad de ciudadanos que salieron de sus países en busca de nuevos horizontes. Las cifras son elocuentes: en 2010, las remesas recibidas en Latinoamérica y el Caribe se tasaron en 57 millones de dólares; mientras, en 2022, se estimaron en 143 millones, es decir un aumento del 150 %.
El constante envío de remesas ha existido desde siempre, desde que ciudadanos latinoamericanos emigraron a Estados Unidos con la idea de vivir “el sueño americano”. A partir de una diversidad de trabajos como cocinar en restaurante, lavar platos, conducir camiones de carga o ser jornal en el campo no solo generaron los recursos necesarios para sostenerse, sino también, un excedente.
Cuando una persona comienza la aventura de llegar a Estados Unidos, por lo general sin los permisos necesarios, en su mente está la idea de legalizarse y algún día llevar a su familia a ese país. Una idea que puede tomar mucho tiempo, porque cada vez son más la medidas contra los inmigrantes ilegales, así que el envío de dinero a su lugar de origen es una solución transitoria.
La falta de oportunidades, la escasez de trabajo estable y de calidad, las crecientes limitaciones para educarse y otros factores como la violencia (principalmente, la ocasionada por las mafias del narcotráfico) y la inestabilidad política de la región provocaron el éxodo. Y, de paso, abrieron la puerta para este fenómeno de las remesas, al que algunos expertos miran con recelo.
¿Por qué?
Porque si bien hoy existen diversos canales a través de los cuales es posible medirlas y reglamentaciones que las controlan, se asume que las cifras reveladas son tan solo la punta del iceberg. Así mismo, las autoridades están convencidas de que este flujo de dinero es utilizado también por actores ilegales, como el narcotráfico, para actividades como el lavado de activos.
La realidad, sin embargo, es que las remesas son cada vez más el motor de las frenadas economías latinoamericanas. Tanto, que representan un creciente porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) en especial en países como El Salvador, Guatemala y Honduras. Allí, según datos oficiales, el monto de las remesas recibidas supera el 20 % del PIB, un número que puso en alerta a los gobiernos.
De acuerdo con cifras del Banco Mundial, de 2020, El Salvador es el país en el que las remesas representan un mayor porcentaje del PIB: 24,1 %. Le siguen Honduras (23,5 %), Haití (21,8 %), Jamaica (21,2 %), Nicaragua (15,3 %), Guatemala (14,8 %) y República Dominicana (10,6 %). Y el fenómeno comienza a crecer en las economías más sólidas de la región, las de Chile y Brasil.
Según Jesús Cervantes, del Centro de Estudios Migratorios Latinoamericano (Cemla), “las remesas reducen la pobreza, mejoran la distribución del ingreso, reducen la brecha de género y también las desigualdades regionales”. Son un apoyo para las familias que pueden solventar sus gastos y, además impulsan el crecimiento económico a través de la inversión en capital humano o físico, y la creación empresas.
Esa es la cara positiva de las remesas. Ciertamente, un alivio para miles de familias que, sin la posibilidad de emigrar, se quedan en sus lugares de origen limitados por las adversas condiciones sociales y económicas. Sin embargo, cada vez son más los especialistas que se preocupan por el incremento de las remesas, las que consideran una “trampa” muy peligrosa a largo plazo.
¿Por qué? Argumentan que provocan “el estancamiento de las economías por un menor nivel de crecimiento y mayor emigración”. Christian Ambrosius, economista de la Universidad Libre de Berlín (Alemania) especializado en América Latina, asegura que “se depositan en la migración unas expectativas que no puede cumplir”. Dicho de otra forma: se ponen todos los huevos en el mismo cesto.
Su argumento es que “si en un país no existen incentivos para invertir, los ingresos que ingresen, independientemente de cómo sean generados, no serán invertidos de manera sostenible”. El problema de fondo, de acuerdo con Ambrosius, es que los dineros de las remesas son tan solo para “apagar incendios” de las familias, recursos que se gastan en bienes de consumo, no en inversión.
De acuerdo con los datos registrados, en Centroamérica las remeses son utilizadas para:
– Abrir pequeños negocios de comercio minorista, como tiendas de abarrotes o de ropa
– En la agricultura, ya sea para la compra de tierras o para la adquisición de maquinaria agrícola, y/o semillas
– Comprar vehículos de transporte y ofrecer estos servicios a la comunidad
– En servicios financieros, como la creación de microcréditos o la oferta de servicios de transferencia de fondos
– En servicios de construcción, ya sea para la construcción de viviendas o para la realización de mejoras en sus hogares. También, remodelar y vender viviendas
– En servicios de salud y educación, como la construcción de clínicas o la creación de escuelas
– En el turismo, ya sea para la construcción de hoteles o para la promoción de atracciones turísticas
– En empresas tecnológicas, como las aplicaciones móviles
– En negocios diversos (talleres mecánicos, panaderías y carnicerías, entre otros)
No es una buena tendencia, según las autoridades. En El Salvador, por ejemplo, el Banco Central de la Reserva estima que el 99 % de las reservas se destinan al consumo. La recomendación es que se invierta la proporción y cada vez sea más la cantidad de recursos provenientes de las remesas que se utilice en la generación de empleo, creación de empresas, emprendimientos o inversiones.
¿Qué se puede hacer?
En febrero de 2023, la Casa Blanca anunció que destinaría 950 millones de dólares para adelantar inversiones que frenen el impulso de la migración de ciudadanos de Guatemala, El Salvador y Honduras (conocido como El Triángulo Norte) hacia EE. UU. La iniciativa es comandada por la vicepresidenta Kamala Harris y se enfoca en la “creación de oportunidades”.
La importancia de las remesas y su peso en la economía familiar quedó plasmada durante la reciente pandemia provocada por el COVID-19. Si bien no hay cifras oficiales, la percepción es que en la mayoría de los casos fue el único ingreso durante ese período. Por supuesto, esta es la realidad que preocupa a las autoridades y, sin duda, un mal negocio para las familias a largo plazo.
Se han establecido dos tipos de remesas, según el uso que se le dé al dinero:
Primero, las llamadas remesas salariales, las transferencias directas para su uso familiar, bien sea para el consumo (remesas salario), para ser ahorradas en función de un consumo familiar futuro o para casos de emergencias familiares, algo cada vez más frecuente. Es lo que en algunos países de la región se conoce como ‘dinero de bolsillo’, que se desvanece rápido y deja pocos beneficios.
Esta es la cara preocupante de las remesas: que en muchos de los casos, en especial en países como El Salvador, Guatemala y Honduras, estos recursos constituyen todo el ingreso familiar. En este último, se establece que el 83 % de las familias que reciben remesas destinan los fondos solo para manutención. En otras palabras, estos recursos son un salvavidas contra la pobreza.
Segundo, las remesas productivas. Estas corresponden a diversas formas de inversión privada o social, que no pasan por el presupuesto familiar. Es decir, la subsistencia del núcleo familia no depende de estos dineros, que son empleados en actividades que proporcionan ingresos pasivos o, lo mejor se convierten en fuente de ahorro. Este, sin duda, es el destino ideal de las remesas.
Sin embargo, tampoco es sano satanizar las remesas, que tienen una cara positiva. En muchos casos, pueden constituir una fuente valiosa de estabilidad económica. Además, y esta es la clave, estimulan el consumo, en especial en situaciones calamitosas (huracanes, terremotos) que son frecuentes en la región. Para los gobiernos, además, es una buena fuente de ingresos a través de los impuestos.
Así mismo, dado que en Latinoamérica hay millones de personas que, por diversas razones, no usan los servicios bancarios tradicionales y, por ende, no tienen acceso a créditos, las remesas son indispensables. Es un tema en el que hay mucho camino por recorrer. Hacen falta tanto políticas gubernamentales que legislen estos dineros como educación para darles un buen uso.
Hay que considerar y valorar, además, el titánico esfuerzo de los migrantes que se atreven a probar suerte en un país extraño, con todo y todos en su contra, con tal de brindarle un poco de bienestar a sus familias. Son personas que, en vez de sanciones o restricciones, deberían recibir apoyo y estímulo porque su contribución suple graves e irresolutas deficiencias de los gobiernos.
De hecho, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador ha agradecido en varias ocasiones a los 38 millones de mexicanos que hay en Estados Unidos. Los que califica de “héroes”, al estimar que sus remesas benefician a cerca de 10 millones de familias pobres. Estos dineros son el combustible que dinamiza la economía mexicana, que no es propiamente débil en la región.
¿Motor de la economía o circunstancial salvavidas?
¿Bendición o perdición? No hay una respuesta y no se puede generalizar en el tema del fenómeno de las remesas. Cada país, cada familia, es un caso particular. El ideal es conseguir educación financiera, generar recursos propios que sustenten las necesidades básicas y utilizar las remesas como fondo de inversión y/o emergencias.