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Día Internacional de la Mujer: mucho por hacer y reflexionar

A pesar de que se han conseguido logros significativos, la realidad de la mujer en el mundo dista mucho de ser lo que las pioneras imaginaron.

El Día Internacional de la Mujer es una conmemoración, una jornada instituida para recordar el oscuro pasado y reflexionar. No hay nada que festejar (en términos de fiesta) y mucho menos es una fecha ligada al espíritu comercial del mundo moderno que permeó la esencia de la Navidad, el Día de San Valentín o, en nuestros países latinos, el Día de la Madre o del Padre.

Por la influencia de los medios de comunicación, de las tendencias de las redes sociales y de las marcas que ven en esta conmemoración una oportunidad para vender, el Día Internacional de la Mujer es acogido en muchos países como una fiesta. Se agradece a las mujeres su presencia y se les festeja con algún presente, una costumbre muy arraigada en el ámbito del trabajo.

Sin embargo, este comportamiento, esta interpretación de la conmemoración, es ajena a los hechos que dieron origen al Día Internacional de la Mujer. Que, valga recalcarlo, nada tienen que ver con lo comercial, sí con lo laboral. Por eso, cada vez más mujeres se muestran inconformes cuando su entorno, en especial los hombres, asume esta jornada como una fiesta.

¿Qué se conmemora, entonces, en el Día Internacional de la Mujer? La valentía y la lucha de miles de mujeres del mundo en pro de la igualdad de derechos y la equidad de género. Lo insólito es que más de 200 años después de las primeras manifestaciones los problemas permanecen. La diferencia es que hoy, gracias al poder de la tecnología en el mundo globalizado, son visibles.

En el siglo XVIII, época en la que se gestó este movimiento, la mujer carecía de derechos. Así, literalmente. Dependían completamente de los hombres que las acompañaban, que les proveían el sustento y les daban la aprobación para realizar cualquier actividad. En aquel entonces, la mujer no tenía acceso a la educación y tampoco podía ejercer el derecho al voto.

¿Qué ha cambiado?

Poco, muy poco. Veamos algunas cifras de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que nos permiten entender que los problemas están vigentes:

1.- Hay 2.700 millones de mujeres que no pueden acceder a las mismas opciones de trabajo que los hombres.

2.- En 2019, menos del 25 % de los parlamentarios eran mujeres.

3.- Una de cada tres mujeres sigue sufriendo violencia de género.

4.- De las 500 personas en puestos de jefatura ejecutiva que lideran las empresas con mayores ingresos en el mundo, menos del 7 % son mujeres.

5.- En los 92 años de historia que tienen los Premios Óscar, apenas cinco mujeres han sido nominadas en la categoría de Mejor Director; de las cinco, solo una ganó el premio (Kathryn Bigelow).

6.- Y hasta 2086 no se cerrará la brecha salarial si no se contrarresta la tendencia actual.

Otro dato importante es que muchas niñas son obligadas a trabajar sin recibir nada a cambio y muchas otras son prostituidas y utilizadas como mulas del narcotráfico. Según Amnistía Internacional (AI), “Mujeres y niñas están más expuestas a sufrir pobreza económica en todo el mundo. No existe ningún país en el que se dé una igualdad económica entre hombres y mujeres”. Pasa el tiempo, y las cosas siguen igual.

“La pobreza aumenta la brecha de género y viceversa. Brecha de género y pobreza son dos desigualdades interconectadas que vulneran los derechos de las mujeres”, señala esta organización que actúa por los derechos humanos. Por otro lado, la ONU, incide: “el 70 % de los pobres en el mundo son mujeres y una de cada cinco niñas vive en condiciones de extrema pobreza”.

La realidad es que vivimos lo que AI llama “feminización de la pobreza”, una situación que “vulnera sus derechos, frena el desarrollo social y el crecimiento económico mundial”. A pesar de que se ha avanzado en algunos aspectos, hay motivos para preocuparse: “Aunque las mujeres realizan el 66 % del trabajo en el mundo, solo reciben el 10 % de los ingresos y poseen el 1 % de la propiedad”.

Mencionadas las proporciones, ese era el ambiente en que vivían las mujeres del siglo XVIII, cuando Olympe de Gouges escribió la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, la otra cara de la moneda de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, creados tras la Revolución Francesa. Era el año de 1791 y comenzaba a gestarse una gran transformación.

En el siglo XIX, de la mano de la industrialización, la opresión a las mujeres fue más evidente. Se sobrepasaron tantos límites, se pisotearon tantos derechos, que finalmente alzaron la voz. Y lo hicieron con fuerza. En 1948, en un pueblo cerca de Nueva York, Elizabeth Cady Stanton y Lucretia Mott, pioneras del feminismo, convocaron la primera convención nacional por los derechos de las mujeres.

Una gran osadía, sin duda. Aquella reunión concluyó con una declaración que se convertiría en el primer documento oficial en favor del feminismo en los Estados Unidos. Luego, el 1 de enero de 1863, Abraham Lincoln decretó el fin de la esclavitud y la igualdad de derechos y privilegios para todos, un avance que lamentablemente se demoró en pasar de la teoría a la práctica.

El hecho que cambió la historia sucedió en 1908. En el marco de una huelga que demandaba la reducción de la jornada laboral a 10 horas, un salario igualitario al de los hombres que hacían las mismas actividades y la mejora de las condiciones, desató un incendio en la fábrica Cotton, en Nueva York. Murieron 129 trabajadoras, la mayoría jóvenes inmigrantes de entre 14 y 25 años.

Un año después, en febrero de 1909, Nueva York conmemoró por primera vez el Día Nacional de la Mujer. Más de 15.000 mujeres salieron a las calles a exigir la mejora de las condiciones laborales, sociales y civiles. Siendo en 1910, durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, en Copenhague (Dinamarca), donde se proclamó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Todas estas batallas dieron sus frutos. En 1918 se instituyó el voto para mujeres mayores de 30 años en Inglaterra y en 1928 la edad para votar se reguló a la de los hombres. Mientras, en EE. UU. en 1920 se otorgó el derecho al voto a las mujeres en todos los estados. En Latinoamérica, el primer país que aprobó el sufragio femenino fue Uruguay: la primera vez fue el 3 de julio de 1927.

A lo largo del siglo XX, las sucesiones fueron continuas. Finalmente, en 1975 la ONU estableció el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Si bien se han dado logros significativos durante más de 200 años, no hay nada que celebrar pues la mujer es todavía sujeto de discriminación, de múltiples formas de violencia y sus derechos no son respetados.

Justamente, es por ello, que el 8 de marzo de cada año es una fecha para reflexionar y, sobre todo, para actuar. Hay mil y una razones para seguir la lucha que valerosas mujeres comenzaron por allá en el siglo XVIII, un largo y doloroso camino en el que muchas entregaron su vida por la causa.

Por fortuna, la semilla sembrada por tantas heroínas anónimas germinó. Hoy, aunque pocas en comparación con los hombres, son muchas las mujeres que tomaron el testigo de las pioneras de la revolución femenina y extendieron su legado. Hoy, felizmente, son muchas las mujeres que han derribado obstáculos, que han roto paradigmas, y escrito una historia de éxito.

La física Marie Curie, la activista Rosa Louise Parks, la química Rosalind Franklin, la escritora Virginia Woolf, la diseñadora Coco Chanel, la pintora mexicana Frida Kahlo, la mártir Ana Frank y la activista y bloguera pakistaní Malala Yousafzai son tan solo algunas de ellas. Y hay más, muchas más, cientos de ellas, anónimas heroínas que han conseguido transformar el mundo.

Un ejemplo en este sentido es la aportación de nuestra CEO Ana María Carrasco. Venezolana, hija de inmigrantes españoles, desde siempre conoció las dificultades en este ámbito. Sus padres desembarcaron como polizones y con un dólar en sus bolsillos y al arribar a Caracas, su único equipaje eran sus sueños y el amor que sentían el uno por el otro. Suficiente, sin embargo, para construir una familia, luchar por sus metas y dar un futuro mejor a los suyos.

Al cabo de dos años en Venezuela, nació María Victoria y, dos después, María Esperanza. Ana María, la pequeña de la casa, llegó ocho años más tarde con graves problemas de salud y estuvo al borde de la muerte con tan solo dos meses.

En medio de este contexto, el médico que la atendió les dio un consejo: la única esperanza de recuperación para la pequeña Ana era que viviera al borde del mar. Cada fin de semana la familia acudía a Laguna Beach, en el norte del país, a orillas del mar Caribe. Tras un tiempo, Ana María dio signos de mejoraría, llegando a recuperarse y sanar del todo.

Ese fue el comienzo de una poderosa vinculación con el mar, el medioambiente y la naturaleza, ámbitos esenciales en su desarrollo personal. Poco después, Ana María conoció el esquí, gracias a un matrimonio holandés de apellido Stähle, comenzando a practicar y a labrar un camino lleno de logros, éxitos y satisfacciones, una página de oro en la historia del deporte venezolano: la dinastía Carrasco.

Una década más tarde, Ana María era, no solo la mejor esquiadora del país, sino también una figura del deporte. Fue campeona mundial en los años 80, en las modalidades en figuras y combinado; fijando varios récords mundiales en figuras y ganando los torneos más importantes de este deporte, como el U.S. Masters, los Juegos Panamericanos y los World Games, entre otros.

Grandes éxitos que le abrieron la puerta de los negocios. Una profesión, una pasión que desarrolló de manera paralela. A los 28 años, se retiró de las competencias graduándose en Administración de Empresas. Como parte de su experiencia profesional fue distribuidora estrella durante 33 años de la marca Oakley, una famosa marca de lentes deportivos.

Este aprendizaje fue la llave para desarrollar IOCA Group, gracias a la identificación con el deporte y la exigencia en el cumplimiento de objetivos. Han pasado cuatro décadas, lapso en el que la empresa, de la mano de su CEO, innovó en un sistema de gestión que ayuda a otras empresas a transformarse en líderes y referentes de su industria. Una aventura que hoy, en plena era digital, sigue su marcha.

En IOCA Group, cada día, pero especialmente en el Día Internacional de la Mujer, nos sentimos muy orgullosos de Ana María Carrasco. Por sus valores, principios y carácter que le han llevado a liderar esta iniciativa empresarial a la que se han unido marcas propias como BEVU, referente como producto sostenible. Con su ejemplo, honra la memoria de las heroínas anónimas de la historia, extendiendo su legado.

Somos muchas las mujeres que hemos escrito una bonita historia de vida y éxito en IOCA Group de la mano de Ana María. Ella es una inspiración y un modelo digno de seguir para las nuevas generaciones. Es, por mujeres como ella, cuya labor ha dejado una huella positiva en el mundo y en la vida de otros, que se conmemora el Día Internacional de la Mujer.

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