Como vamos, no moriremos de sed por falta de agua, sino de hambre, porque no produciremos los alimentos.
En las viejas películas del oeste americano, aquel indómito mundo de los indios y los vaqueros, se acuñó una frase que traspasó las épocas. “La bolsa o la vida”, decían los forajidos. Y no había tonos grises o matices: se llevaban la bolsa o acaban con la vida de su víctima de ocasión. Hoy, muchas décadas después, la premisa cambió, pero el dilema sigue intacto: ahora es “el agua o la vida”.
Cada vez con mayor frecuencia, en los noticieros de todos los países nos muestran la realidad (la actual, la de hoy) de alguna comunidad o región que padece por el agua. Por la escasez del líquido o por la desaparición de las fuentes que lo proveían. Un cuadro dantesco, conmovedor, cuyo efecto, sin embargo, es efímero. En poco tiempo nos olvidamos y seguimos con nuestra rutina.
La preocupante situación del centro y norte de Chile es un claro ejemplo. Actualmente, las regiones entre Atacama y Ñuble mantienen un déficit de precipitación de casi 100 % con respecto al promedio histórico 1981- 2010. Además, los acuíferos muestran una tendencia a la baja entre la región de Coquimbo y el Maule. Un problema de vieja data para el que no hay una solución.
Las temperaturas en las montañas en esa región han aumentado cada decenio desde 1976 entre 0,2 y 0,3 °C y los glaciares han experimentado un rápido retroceso. Esto redunda en un drama que afecta cada vez a más personas: dificulta el acceso al agua potable en las zonas rurales entre la Región Metropolitana y el Biobío, que dependen en un 83 % de las aguas subterráneas.
Lo insólito, lo doloroso, es que solo el 17 % de las causas de los problemas hídricos en aquel lugar están asociados con el cambio climático. El resto, el 83 %, obedece a factores antrópicos, entre los que se destaca una deficiente gestión hídrica y gobernanza. Es decir, actividades humanas que se dieron a lo largo del tiempo: agricultura, deforestación y reforestación, incendios, contaminación y tala de bosques.
Una arista de la crisis del agua es que no solo escasea el líquido, sino que son cada vez más las personas que no tienen acceso a agua potable. Así, entonces, son poblaciones expuestas a una variedad de enfermedades que engrosan la lista de causas frecuentes de muertes, en especial, de los menores de edad. Un problema grande, como lo ves, al que no se le da la atención adecuada.
El problema, ¿sabes cuál es el problema? Que casi siempre miramos para otro lado o, de otra forma, estamos convencidos de que no vamos a sufrirlo. Ni nos planteamos la remota pesadilla de que un día abramos el grifo y no salga una gota de agua. No es un escenario posible para nosotros. Quizás por eso tampoco valoramos en su justa medida el agua que usamos, que nos calma la sed.
Entonces, abrimos la ducha al máximo y nos damos un baño de 15-20 minutos. O abrimos la llave y dejamos que el agua salga mientras nos cepillamos los dientes. O utilizamos un chorro profuso a la hora de lavar el automóvil o regar el jardín. Son comportamientos aprendidos, hábitos adquiridos, que se volvieron automáticos, inconscientes, y son parte fundamental del problema. ¿Lo sabías?
Quizás es porque desconocemos que en el mundo hay casi 1.200 millones de personas (el 15 por ciento de la población mundial) que sufren escasez de agua extrema, según la FAO. La mayoría de ellas se encuentran en el sur de Asia, donde cerca del 80 % de la población de países como Pakistán o Sri Lanka vive en zonas agrícolas sin apenas recursos hídricos, sin agua potable.
Eso, por no hablar de África subsahariana, donde solo el 12 % de su población rural tiene acceso a agua potable gestionada de forma segura. Por supuesto, acá en el mundo occidental, un paraíso en el que el agua suele abundar, sentimos que ese es “otro mundo”, no el nuestro. Y creemos, o mejor, estamos convencidos, de que ese es un problema que nunca nos va a afectar.
En los últimos meses de 2019, quizás lo recuerdas, los noticieros y medios de comunicación comenzaron a hablar de un raro virus que hacía de las suyas en China. “Ah, es China”, pensábamos. Al cabo de unos meses, marzo de 2020, la temible amenaza se había esparcido por Europa y había llegado a América. Italia y España lo padecían con rigor y los muertos se multiplicaban por mil.
Según los registros oficiales, que se considera están lejos de las cifras reales, ha habido más de 7 millones de muertos por coronavirus. Que permanece ahí, más allá de que el final de la pandemia fue decretado hace más de un año por las autoridades mundiales. Aquella misteriosa enfermedad que mataba chinos, la que veíamos lejana, un día llegó y nos trastornó la vida, la puso patas arriba.
Una muestra de esa mirada indiferente que le damos a la crisis del agua y del cambio climático. Una reciente encuesta de la prestigiosa consultora Ipsos, en la que se preguntó a los ciudadanos acerca de temas como inflación, terrorismo, conflictos entre países, crimen y violencia, control de inmigración y satisfacción con la economía arrojó datos que, ciertamente, son preocupantes.
Se consultó a 2.570 adultos de 29 países, entre ellos que aparecen Canadá, Estados Unidos, Israel, Malasia, Suráfrica, Turquía, Indonesia y Tailandia. En el apartado del cambio climático, el índice de preocupación promedio en el mundo es de 17 %, es decir, menos de 2 de cada 10 personas se manifiestan preocupadas por el tema. El país con mayor índice es Singapur, con el 30 %.
De los latinoamericanos, encabeza México (19 %), seguido de Brasil (13 %), Chile (12 %), Perú (10 %), Colombia (7 %) y Argentina (4 %). ¿Reparaste en la ironía? Sí, la de Chile, el país que sufre por la escasez de agua, apenas una de cada 10 personas es sentible al tema. En cambio, allí, la inflación inquieta al 43 %; el crimen y la violencia, al 58 %; el desempleo, al 34 %; y el control migratorio, al 28 %.
¿La conclusión? La escasez del agua y los efectos del cambio climático no son una prioridad. Y la tendencia, tristemente, se mantiene en los demás países de la región (prácticamente, en todo el mundo). ¿Entiendes el lío en el que estamos metidos? Porque “si tienes un problema, el primer paso es reconocerlo y aceptarlo. A partir de ahí, solo a partir de ahí, podrás hallar la solución”.
Y el problema del agua, el dilema del agua o la vida, no lo reconocemos y no lo aceptamos. Por eso, justamente, la solución está lejos. El consumo de agua en el mundo se ha multiplicado por seis en el último siglo por cuenta del crecimiento demográfico, el desarrollo económico y el cambio del comportamiento de los seres humanos. Alza del consumo que, en buen romance, significa desperdicio.
¿La solución? Dejar de mirar para otro lado, darle la cara al problema. Cada uno desde su propio mundo, desde su propia vida. Implementar esas pequeñas acciones que, sumadas, producen grandes cambios positivos. Lo primero, por supuesto, es entender y aceptar que somos parte del problema y valorar que la vida nos da la oportunidad de ser parte integral de la solución.
Sin agua, no hay vida; ese es el verdadero dilema, el fondo del problema. La clave es entender que las decisiones que adoptemos hoy, las acciones que ejecutemos hoy, tendrán impacto en el futuro del mundo. Para bien o para mal. Quizás no sean suficientes para terminar con el problema, pero si conseguimos ralentizar su avance, si logramos que la tendencia se detenga, será una gran victoria.
Durante años, las películas de ciencia ficción nos dijeron que las guerras del futuro serían por el petróleo. Hoy, sabemos con certeza que no es así: se librarán por algo más valioso, por el agua. Es decir, ahora nos enfrentamos a otro dilema doloroso: sin agua, no hay vida, pero nuestra vida corre riesgo por los conflictos que se desatarán por su posesión, distribución y conservación. En la actualidad, el 70 % de los recursos hídricos de la Tierra se destina a producir alimentos. Un porcentaje que se incrementará en virtud del constante crecimiento de la población. La ironía es que, como vamos, no moriremos de sed por la escasez del agua, sino de hambre, porque la producción de alimentos está directamente relacionada con el buen uso y gestión del agua







