
Conoce la Fundación Ecomar
Sin mar, no hay vida. Eso es algo que Theresa Zabell Lucas supo desde muy pequeña en Ipswich, su ciudad natal, el oriente de Inglaterra. Sin embargo, quiso el caprichoso destino que fuera España, donde sus padres Gerald y Sheyla pasaron la luna de miel, el lugar donde se escribiría la historia de su conexión con el mar. Primero en las islas Canarias y luego en Fuengirola (Málaga).
Tenía solo 10 años cuando la inscribieron en la escuela de formación deportiva del Real Club Mediterráneo. Primero practicó el ciclismo, luego probó con el atletismo y más tarde lo hizo con el baloncesto, hasta llegar a la vela. Fue con ocasión del primer curso de iniciación para niños en el recién inaugurado Club Náutico de Fuengirola. Era apenas el comienzo de la historia.
Un año más tarde, en 1976, a través de la televisión se enamoró de los Juegos Olímpicos que se desarrollaban en Montreal (Canadá). Estaba de vacaciones en Inglaterra y soñó con algún día ser ella la que protagonizaba las hazañas que veía el mundo entero en la pantalla chica. En aquella época, estaba dedicada al atletismo y se ilusionó con subir al podio en la pista.
Fue en 1979, acosada por unas amigas, que decidió comenzar a navegar. Lo hizo en la clase Europa (monoplaza), en la que obtuvo sus primeros títulos a nivel nacional e internacional. El de mayor resonancia, la corona orbital que logró en La Rochelle (Francia), en 1985. Ese mismo año migró a la clase 470 (biplaza), después de que el destino le hizo un guiño.
El Comité Olímpico Internacional (COI) incluyó por primera vez en el programa de los Juegos Olímpicos de Seúl-1998 la competencia femenina de clase 470. Era lo que había soñado cuando era una niña. Eligió como compañera de fórmula a Viviane Mainemare, con la que comenzó una andadura en las competencias más exigentes del calendario internacional.
En ese camino, sin embargo, sufrió una de las mayores decisiones de su vida: el técnico de la selección nacional no la tomó en cuenta para los Juegos de Seúl. El impacto fue tan grande, que decidió abandonar la práctica deportiva y regresar a Londres, a estudiar Informática. Fue un año sabático, pues su familia, una nueva compañera (Patricia Guerra) y un reto la sacaron del retiro.
El camino a los Juegos Olímpicos de Barcelona-92 estuvo lleno de logros y éxitos. Fue campeona de España (1991 y 1992), campeona de Europa (mismos años) y campeona del mundo (1992). Se adueñó del número uno del ranquin mundial y esta vez no dejó duda alguna de que merecía un lugar en la cita olímpica. Era la cristalización del sueño que forjó de niña.
En Barcelona, el camino no estuvo exento de dificultades, pues en una rara decisión los jueces las descalificaron en la primera regata, supuestamente por haberse adelantado en la salida. Sin embargo, se recuperaron y poco a poco demostraron que eran las mejores. El 3 de agosto subieron a lo más alto del podio. Con el oro colgando de su cuello, la felicidad fue completa.
Ese logro, más que conformarlas, les dio ánimos para seguir adelante. En 1994, Guerra tomó la decisión de retirarse y, entonces, Theresa formó pareja con la catalana Begoña Vía-Dufresne, con la que conformó un gran equipo. Fueron campeonas de España (1994, 1995 y 1996), de Europa (1994) y del mundo (1994, 1995 y 1996). Con ese brillante palmarés, se ganaron a pulso el cupo para los Juegos Olímpicos de Atlanta-1996, donde haría historia otra vez.
Tras 11 regatas, de nuevo Theresa se adueñó del oro para convertirse en la primera deportista española capaz de revalidar su título en los Juegos Olímpicos. Era la cúspide de su carrera, pero también era tiempo de tomarse un descanso. Se había casado con Manuel López Camacho, primero su mánager y luego su esposo, y quería formar una familia. En 1997, nació Olimpia.
Intentó retomar la actividad deportiva, pero pronto se dio cuenta de que ya no estaba para esos trotes. Entonces, se retiró y tuvo un segundo hijo, Eugenio. Luego, se dedicó a la política y logró un escaño en el Parlamento Europeo, entre 1999 y 2004. Sin embargo, no se olvidó del mar y, en especial, de cuanto este le había dado, así que buscó una forma de retribuirlo.
El 3 de marzo de 1999, junto con un puñado de entusiastas ambientalistas, creó la Fundación Ecomar, de la que es presidenta ejecutiva. Es una entidad sin ánimo de lucro destinada al cuidado del medioambiente a través del deporte y, también, para enseñar a los niños a cuidar el mar y vivir en armonía con él, su flora y su fauna. Así, continuó siendo la reina de los mares.
En más de dos décadas de actividad, la Fundación Ecomar ha trabajado con más de dos millones de niños de casi 4.000 colegios de toda España, una de varias campañas que han sido un rotundo éxito. Una de ellas es el curso llamado Grímpola Ecomar, para niños entre 7 y 14 años, un programa medioambiental que programa lo académico con lo lúdico.
También creó el Cuaderno de Bitácora, “una completa guía para conocer, disfrutar y respetar el mar”. Se han distribuido más de 200.000 ejemplares de este libro, que es referencia obligada para los jóvenes españoles que se interesan en los deportes náuticos. Cada año, el contenido se renueva y actualiza para que no pierda vigencia y sea más atractivo.
Y ya se completaron 20 años de las jornadas de limpieza de costas y playas españolas, una actividad denominada Taller Azul. Desde 2014, se recogieron 17 toneladas de residuos, solo en costas de España y Portugal. Así mismo, con Experiencias Ecomar se realizan capacitaciones en colegios, empresas y ayuntamientos que les abren un espacio para talleres de formación.
“Cuida los dos únicos sitios de los que no te podrás mudar jamás: tu cuerpo y tu planeta”. Con esta frase, Theresa Zabell Lucas ha conseguido inspirar a miles de jóvenes de España y Portugal, les ha transmitido su pasión por el mar y los ha concienciado acerca del cuidado del medioambiente. “Nuestro compromiso es crear una marea azul de solidaridad por un planeta mejor”.