
En aquella época, década de los 30, Cuatro Caminos era un pequeño ayuntamiento fuera de Madrid. Un lugar apacible, pero pobre. Para colmo, esos fueron, sin duda, los años más difíciles de la historia de España, que primero vivió el infierno de la guerra civil, entre julio de 1936 y abril de 1939, y luego el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de ese año.
Allí nacieron y se conocieron muy jóvenes Ramón López y Luisa Alonso. Él aprendió el oficio de tipógrafo y ella, el de costurera. No habían tenido la oportunidad de ir al colegio, pero no fue un obstáculo para conseguir labrarse un futuro mejor que el de sus antepasados. A los 24 años, se casaron y emprendieron un nuevo camino, uno que los llevó lejos, hasta Argentina.
Cruzaron el Atlántico, dejaron la vida que llevaban, pero arrastraron consigo las dolorosas vivencias de la guerra y la posguerra. No fue fácil el desembarque en un nuevo continente, un nuevo país, una nueva cultura. Las restricciones económicas siempre estuvieron presentes, aunque es justo decir también que nunca faltó nada de lo básico: amor y ganas de trabajar.
Ramón logró vincularse a una tipografía, gracias a su conocimiento y experiencia. Durante muchos años, fue un empleado destacado y luego pudo convertirse en socio de la empresa. Luisa, mientras, se vinculó con una señora italiana que tenía un taller de costura. Soplaban nuevos vientos, buenos vientos, para la familia López Alonso, incluidos sus tres pequeños hijos.
Pedro, Antonio y la pequeña Rosario, que nació con algunos problemas de salud y desde muy niña tuvo que aprender a luchar por su vida, crecieron en un hogar amoroso, pero tuvieron que lidiar también con las dificultades. Tras atesorar un capital, Ramón se independizó y abrió un negocio junto con su hermano Javier. Era el gran sueño de su vida, pero no funcionó.
Aunque el comienzo fue halagüeño, la mala administración que Javier les dio a las finanzas pronto los llevó a la quiebra. Un duro golpe para la familia, que había contraído deudas de alto calibre y tenía que responder por ellas. Durante tres años, Ramón trabajó de sol a sol, mientras Luisa se encargó de sus hijos y cumplió dobles turnos para ayudar con el sostenimiento.
En España o en Argentina, la vida no era fácil para Ramón y Luisa, que se esmeraban en darles a sus hijos aquello que ellos no tuvieron: educación y bienestar. Por eso, todos los fines de semana salían de Buenos Aires y se iban a la playa, a descansar, a disfrutar del mar. Fue allí, en esas playas, que la vida les dio una revancha, una oportunidad, encima de una tabla de surf.
Rosario tenía tan solo 2 años cuando comenzó a practicar, pero pronto le tomó el gusto al surf. Además, sus padres no tardaron en hacerse amigos de los padres de los otros niños y crearon una comunidad que ayudó a desarrollar esta disciplina deportiva en Argentina. Pedro, Antonio y Rosario no solo fueron los pioneros, sino que llegaron a ser campeones nacionales.
A pesar de esos éxitos, de tantas alegrías sobre las olas, Ramón y Luisa les inculcaron a sus hijos que la prioridad era el estudio. A ellos, que no pudieron pasar por la escuela, la vida les resultó muy dura y no querían lo mismo para sus hijos. Pedro se graduó como abogado en la Universidad Católica de Buenos Aires y Antonio, como biólogo mención educación en ese claustro.
A Rosario, mientras, la picó el bichito de los negocios y desde niña vendía cosas para costear sus gastos. Cursó estudios de Administración de Empresas en la Universidad Central y, a la par, emprendió su propio negocio. Creó una fábrica de trajes de baños que ella misma diseñaba y, con la ayuda de una modista, desarrolló una línea que eran muy cómodos y atractivos.
Pronto, los bikinis se convirtieron en su marca personal y le permitieron destacar en los eventos en los que participaba: era la única que utilizaba esta prenda, mientras que el resto de las competidoras seguían con el tradicional traje de una sola pieza. Además, llamó la atención de varias marcas de tablas de surf, wetsuit y lentes, que patrocinaron su carrera deportiva.
El siguiente paso fue convertirse en distribuidora de estos productos en Argentina, un mercado que logró dominar en poco tiempo. La vida, en silencio, le indicaba a Rosario cuál camino debía seguir: le dio la posibilidad de unir las dos pasiones de su vida, el deporte y los negocios. Era algo que la hacía muy feliz, el propósito de su vida, una motivación para luchar cada día.
Su vida, entonces, entró en una dinámica muy positiva. Se levantaba temprano cada mañana, estudiaba y luego se dedicaba a su negocio. Muy cerca, Luisa no podía ocultar el orgullo y se sentía muy feliz al ver que sus hijos lograron lo que a ella se le había negado. Madre e hija sostenían una relación muy cercana y amorosa, de buenas amigas, que las hacía muy felices.
Las dificultades, los tropiezos, sin embargo, aparecían de vez en cuando. Fueron esas caídas las que le enseñaron a Rosario cuán fuerte es y nunca se detuvo en procura de sus sueños. Tenía todo lo que deseaba, hacía lo que la apasionaba y, por eso, de cuando en cuando pensaba que vivía en una burbuja. Claro, hasta que la realidad la obligaba a poner los pies en la tierra.
Como cuando, con tal solo 21 años, tomó la decisión, quizás apresurada, de casarse. Estaba enamorada, pero no funcionó como ella esperaba y fue una relación efímera que, en todo caso, le dejó dos hermosos hijos que son su adoración. Una razón más para que Rosario se enfocara en su negocio, se refugiara en aquello que le brindaba alegrías y satisfacciones.
Su carrera profesional, como lo fue la deportiva, fue en ascenso. La firma Rip Quik, fabricante de tablas de surf, le otorgó la distribución para Chile, primero, y luego para Suramérica (sin contar a Brasil), después. La vida la llevaba por el camino del éxito y le imponía desafíos muy interesantes que ella no estaba dispuesta a dejar pasar: al fin y al cabo, es una ganadora nata.
Se asoció con una amiga, mejoró sus resultados y logró la tan anhelada seguridad financiera que le daba la posibilidad de ofrecerles lo mejor a sus hijos, como ir a estudiar a los Estados Unidos, hablar otro idioma y estar en capacidad de acceder a mejores oportunidades. La vida le sonreía y subió a la cima que siempre quiso escalar, pero no todo era color de rosa.
En el surf, el momento en que el deportista es más vulnerable es cuando está en la cresta de la ola porque cualquier desequilibrio, cualquier golpe, puede hacerlo caer. Eso fue, precisamente, lo que le sucedió a Rosario: se dejó empalagar por el éxito, tomó malas decisiones, no se capacitó lo necesario y realizó inversiones riesgosas que provocaron que perdiera su dinero.
De nuevo, entonces, a regresar al punto de partida, volver a empezar. Eso sí, sentía que debía buscar nuevos desafíos, otros rumbos, un nuevo camino porque la inestable situación de la economía de Argentina, sumada a la convulsionada política del país, no ofrecía el ambiente adecuado para que un negocio prosperara y fuera sostenible a largo plazo. Debía cambiar.
Vendió la fábrica de tablas de surf (lo que supuso un duelo) y regresó a la distribución de productos, el que había sido su punto de partida. Con Helena Riquelme, su socia, se marcaron un nuevo rumbo y definieron roles muy claros para cada una. Rosario, entonces, se adentró en el mundo de los negocios digitales, del que lo desconocía todo y del que quería saberlo todo.
No era una tarea fácil, porque llevaba 35 años dedicada a la venta física y dar el paso a lo digital no es algo que se logre de la noche a la mañana. Tomó varios cursos que no fueron lo que esperaba, hasta que encontró el camino adecuado, el correcto. Entendió que, dado que no contaba con el know how dentro de su empresa, tenía que conformar un equipo especializado.
Aunque ya no es la jovencita impetuosa de la juventud, está muy entusiasmada. Cada día aprende algo maravilloso y, lo mejor, ha encontrado las herramientas, los recursos y las estrategias para no solo hacer crecer su negocio, sino también ayudar a sus clientes a alcanzar sus objetivos, por ambiciosos que estos sean. Es un largo camino que apenas comienza.
En esas está, con una que otra cana visible y alguna arruga que denota el paso del tiempo, pero con el mismo ímpetu de la jovencita que sobre la tabla no se intimidaba ante la ola más desafiante, más rompedora. Rosario está aprendiendo a surfear, esta vez en las aguas digitales que a veces son peligrosas, traicioneras. Avanza lento, pero segura, confiada en su pasta de campeona.